Nos dijeron que no estudiábamos y nos detuvieron en la escuela
Pedimos los papeles y nos expulsaron por no tenerlos
Nos llamaron apátridas y nos enviaron a un país que no habíamos visto
Nos dijeron que echáramos raíces y tuvimos que volver a empezar
Creíamos en la libertad de una Europa sin fronteras y nos mandaron a un país pozo
Huimos de los líderes fascistas y nos capturaron los socialdemócratas
sábado, 19 de octubre de 2013
jueves, 19 de septiembre de 2013
domingo, 8 de septiembre de 2013
Cuervos blancos
Los cuervos son negros. Todo el mundo lo sabe. Si tuviéramos
que apostar por el color del próximo cuervo que veamos, todos nos decidiríamos
por el negro, pero no acertaríamos todos. De hecho, el próximo cuervo que vas a
ver es blanco:
Blackbirds are black. Este es blanco (el famoso, por insólito, mirlo blanco):
Los cisnes, sin embargo, son blancos. Este es negro:
Tres veces hemos cometido el error intuitivo (y, al menos la
primera vez, habría ganado la apuesta optando por el blanco). El
caso es que por muchos cuervos negros que hayamos visto, nunca
sabremos el color del próximo. Lo mismo se aplica a los mirlos (blackbirds) y los
cisnes. ¿Cuántas veces podemos cometer este error en nuestras vidas?. Muchas,
pero si tienes formación estadística, más veces. Nuestras certezas
estadísticas, basadas en la intuición, no merecen tal nombre. Peor aún las para
las certezas deductivas, pero eso es otra historia que habrá de ser contada en
otro momento.
Hay que tener en cuenta que estamos hablando de fenómenos
(cuervos negros, black blackbirds o cisnes blancos) en los que nuestra
experiencia ha construido muestras de gran tamaño con un 100% de los casos
positivos –hasta que dimos con el primer caso de cuervo blanco-. Imagina cuántas veces podemos equivocarnos cuando nuestras certezas se basan en porcentajes que se sitúan entre, por ejemplo, el 60% y el 70% (como puede ser el caso de un ensayo clínico para establecer la eficiencia de un fármaco).
El problema tiene una lectura visto desde fuera y, otra
distinta, visto desde dentro. Desde fuera, si tuviéramos que apostar,
seguiríamos apostando por cuervos de color negro. Desde dentro, desde la
perspectiva del cuervo blanco, sería algo así como “vale, apuesta que soy
negro, pero soy blanco y eso no está sujeto a ninguna probabilidad” o “es
verdad que casi todos los cuervos son negros, pero yo soy blanco, aunque haya
veces que me hagáis dudar”.
Para el cuervo blanco, la práctica totalidad de lo que le cuenten sobre los
cuervos, excepto este post, no tratará sobre su singularidad. Él es un cuervo blanco.
Si tuvieran un nivel alto de conciencia, puede que hasta los otros cuervos no
lo vieran como un cuervo. Está fuera de la norma, de lo esperado. El público,
su entorno, no actuará con él como lo hacen con el resto. Es un Copito de
Nieve. ¿y tú?.
Be yourself (South Park tribute)
Tal vez estoy jugando. Lo que comento no es útil solamente
para tomar con precaución cualquier estereotipo o cualquier certeza, que tengamos, incluso las construidas a partir del conocimiento estadístico. Hay que señalar que la mayoría de las
afirmaciones que construyen las ciencias (las sociales y las de la salud, en especial, pero no
exclusivamente) son de carácter probabilístico y, por tanto, sujetas a este problema intuitivo: la ciencia sólo puede aspirar a caminar de puntillas sobre
la realidad o, mejor dicho, sobre los datos que, además, tienen problemas
de constructo y medición.
Me interesa el caso de los cuervos blancos porque orientamos nuestras vidas sobre estas certezas. Por
ejemplo, alguien como Magic, cuando supo que era seropositivo (entonces no
había antirretrovirales), tuvo que pensar que fallecería pronto. No ha sido
así. Y es que, aunque tengamos el mejor conocimiento posible de la realidad, ésta puede cambiar.
Pero pensemos en elementos
más cotidianos. Cuántas decisiones se basan en supuestas certezas hasta que, un
giro inesperado, nos hace decir “esto no me puede haber pasado a mí”. Esta
interpretación es más frecuente con los acontecimientos negativos: los
accidentes, enfermedades, la muerte (la de los otros, la nuestra nos suele
dejar sin palabras), los problemas económicos, los robos, los problemas en las
relaciones de pareja, los suspensos y la lista sigue.
En el caso de los acontecimientos positivos, la cuestión es diferente. El éxito, el logro o el acierto en los negocios, en
las relaciones, en los exámenes o la salud lo interpretamos como una consecuencia
lógica de nuestros actos (de “me lo merecía”, hasta “he trabajado duro”, y, en
algún que otro caso, “señor, por qué me hiciste tan fascinador”). ¿Qué no se habría dicho de los miembros de la candidatura Madrid 2020 si la hubieran "logrado"?, y peor todavía: ¿qué habrían dicho ellos mismos?. Esto también nos lo hemos ahorrado.
No sólo la vida individual se rige por una falsa ilusión de
certeza, sino que la vida social también.
Ocurre con el sistema económico: los
bancos no quiebran, el crecimiento económico siempre está consolidado (sin lugar a burbujas)... Y todavía más grave cuando nos metemos en el terreno de las previsiones económicas: la recuperación se producirá a partir del próximo trimestre (añáda un trimestre a la fecha en la que se lea esto y ¡no consulte la hemeroteca!)
También en política: todo está bajo control, hasta que se que se quema un vendedor de
fruta.
E, igualmente, en otros terrenos: somos la sociedad mejor
preparada ante los terremotos (Fukushima), nuestras fuerzas del orden tienen
una gran experiencia en la lucha contra el terrorismo (11M), la red es segura
(AVE) y así: caída del muro, 11S, “vídeo de Mahoma”, etc. Sobre el tema del cisne negro aplicado a las predicciones
sobre lo social se puede ver el libro de Nassim Nicholas Taleb.
Tendemos a pensar en lo
normal: los vendedores de fruta no suelen prenderse fuego. Es más, si
realizamos un estudio sobre la mortalidad de los vendedores de fruta llegaríamos a la conclusión de que lo normal es que un vendedor de fruta no
muera por haberse quemado a lo bonzo. Es probable que nuestro estudio ni
siquiera hable sobre esa posibilidad si se limita al análisis de los boletines
de defunción e ignora cualquier otra fuente de información (por ejemplo, las
noticias) en aras del rigor metodológico. Pero lo cierto es que un vendedor se
quemó y parece que contribuyó a que se precipitaran un montón de
acontecimientos en lugares como Túnez, Libia, Egipto o Siria. Acontecimientos
que todo el mundo podía explicar por un montón de causas o factores
determinantes previos (siempre y cuando la explicación se produzca a
posteriori, claro). Ahora bien, si usted es vendedor de fruta y está pensando
en quemarse para cambiar las cosas, pues puede ser que no ocurra nada. Ya lo han intentado varios. No lo
haga en casa.
El problema con lo normal es a) que no suele serlo, b) está
mal percibido, c) que no hay garantía de que lo siga siendo y d) ni siquiera es
lo relevante. Así, pocos comprueban la normalidad de las variables con las que
trabajan y hay muchas variables asimétricas (a). Los estudios de género nos han
demostrado que lo normal no es necesariamente lo mayoritario (las mujeres son
mayoría, aunque por poco, pero nuestro mundo es androcéntrico) (b). Por otro lado, aunque una
variable sea normal o incluso una constante hoy (los vendedores de fruta que no se
queman), puede que deje de serlo mañana (c). Finalmente, lo normal rara vez es
lo relevante cuando hablamos de lo social. Unos pocos miles de millonarios,
como los de la lista Forbes, tienen más relevancia en la configuración de las
decisiones de la política económica que millones de pobres, aunque no lo
pretendan. Una actividad social marginal, como jugar al fútbol puede llenar el
espacio mediático y, dentro del espacio dedicado al fútbol, la atención la
centrarán un par de equipos, y al hablar de estos equipos, unos pocos jugadores
(d). En definitiva usar aquello que creemos normal como principio para guiar las decisiones
sobre lo individual o lo social puede llevar al error.
En definitiva, que podemos ser un cuervo blanco, pero podemos pensar que no lo somos. Incluso, puede que todos
seamos cuervos blancos (bichos raros o rara avis, casos singulares), pero como
estamos convencidos de que somos negros (un bicho como cualquier otro), pues no
lo vemos.
¿Es aquí donde quería llegar?. Pues no lo sé. Supongo que el que haya aguantado hasta aquí querrá una conclusión. La conclusión es que cada uno saque sus propias conclusiones.
miércoles, 28 de agosto de 2013
We're alright
"Got some cash, bought some wheels,
Took it out, 'cross the fields,
Lost control, hit a wall,
But we're alright"
Took it out, 'cross the fields,
Lost control, hit a wall,
But we're alright"
Supergrass - Alright
- Hola, ¿Como estás? - le preguntó.
- Pues estoy muy bien, gracias - dijo Humpty Dumpty pensando en la canción Alright de Supergrass.
(Danny es el que va con la camiseta roja, a la izquierda en el vídeo).
jueves, 27 de junio de 2013
Taxi
Taxi
“Voldría que tingués present una cosa: les coses no són el
que semblen. L’Aomane es va repetir aquestes paraules mentalment: les coses no
són el que semblen. Va arrugar una mica les celles.
-
¿Qué vol dir, amb aixó?
El conductor [del taxi] li va dir, escollint les paraules
amb cura:
-
Bé, el que vull dir és que ara fará una cosa que
no és “normal”. Tinc raó, ¿oi? Per començar aixó de baixar per una escala de l’autopista
metropolitana de Tòquio és una cosa que no fa la gent, normalmente. Sobretot,
una dona.
-
Sí, té raó – va dir l’Aomane.
-
Per tant, si ho fa, podría ser que després, el
seu entorn quotidià el veiés… no ho sé, una mica diferent de com l’ha vist sempre.
Jo l’he tinguda aquesta experiència. Però que no l’enganyin les aparences. De
realitat, sempre n’hi ha només una.
(1Q84, Haruki Murakami)
Entré en el taxi. Sobre el salpicadero cabeceaba un muñeco
sedente sobre su guitarra. En el iPod Touch pegado con cinta de embalar sobre el
aparato de radio, bajo el taxímetro de números rojos ascendentes, sonaba un
vídeo del Potro de rabia y miel. El vehículo se lanzó en carrera por la Gran
Vía, cuando superaba los 100 km/h, al terminar El Puente Rojo, frenó en seco,
como si fuera a chocar contra un muro, para evitar el rádar de velocidad. Veía
todo aquello por partida doble. Un anticipo de que al salir del taxi, en la
puerta de urgencias, abandonaba la realidad en la que me había movido hasta
ahora. Probablemente la misma realidad de siempre, pero vista con otros ojos,
que me la presentaban transformada. Puede que aquel mundo estuviera allí antes,
pero hace falta salir de un taxi como este, hacer su recorrido, para poder ver
las cosas “autrement”. Y así es. Disfruto de esa nueva mirada del mundo, a mi
alrededor… y creo que hasta tengo nuevos oídos con los que
escuchar mi Música (pero eso es ya otra novela). Ayer se cumplieron dos años
desde que subí a aquel taxi y es una excelente noticia que hayan transcurrido y
cómo lo han hecho: os tengo más cerca, aunque siempre habéis estado ahí. Nunca
es tarde para darse cuenta.
jueves, 16 de mayo de 2013
El ciclista seco
El ciclista
seco
Alguna vez he oído hablar del síndrome del alcohólico seco.
No tengo más que una vaga idea del concepto, probablemente equivocada y
criticable por cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de psicología. Yo no
lo tengo. En mi versión, el concepto hace referencia a la persistencia del
comportamiento que se produce bajo los efectos del alcohol, aun cuando ya no
son bebedores. Creo que tengo la fortuna de haber sentido lo mismo con el
ciclismo. Luego lo explico.
Y es que en los dos últimos años soy un ciclista seco, un
ciclista que no ha dado pedales, exceptuando unos escasos paseos y algunos
trayectos en bicicleta hasta el trabajo, no he montado en bicicleta durante casi dos años. Como en la
canción, las causas me fueron cercando. No es fácil montar en bicicleta cuando
combinas trabajo y niñas pequeñas. Más allá de esto, durante varios meses perdí
el sentido del equilibrio como uno de los síntomas de la esclerosis múltiple.
Pasear por el pasillo de casa con un vaso de agua terminaba irremediablemente
con un reguero que marcaba mi recorrido, ¿cómo, entonces, iba a montar en
bicicleta?.
De repente, por unos motivos y por otros, estaba sin dar
pedales. Durante algunos meses era evidente que ni tan siquiera era un opción.
Los mareos (vértigo), el dolor de cabeza, la pérdida del sentido de equilibrio,
la hipersensibilidad al calor y la fatiga no permiten salir a pedalear con
tranquilidad bajo el sol alicantino. En los primeros momentos, lamenté no haber subido aquel día a
Alpe d’Huez sólo porque caía una tormenta cuando calentaba las piernas en el
valle o no haber recorrido cada
kilómetro de los Pirineos o dejar pasar fabulosas carreras para cicloturistas
como la Fausto Coppi a través de los puertos más míticos de los Alpes. Ni
siquiera he hecho el camino de Santiago. En realidad he sido un ciclista muy
limitado. Con muy poca continuidad. Las principales características de mis
aventuras ciclistas han sido la eventualidad, el estiaje y la irregularidad.
De esas primaveras y veranos de salidas esporádicas guardo
muy valiosos recuerdos. Subir en bicicleta cuando eres un niño o adolescente es un canto
de libertad. De repente puedes decidir tu destino, ir donde quieras y vivir
grandes aventuras. Lo mejor es hacerlo en compañía. Nada podrá borrar las
salidas con mi padre, las primeras, por el sube y baja que marca el camino
hacia Jijona, donde acabábamos comiendo almendras de árboles olvidados por la
industria del turrón y por todos. Las salidas con los amigos del instituto,
donde Emilio y yo sufríamos el ritmo diabólico de Padilla y, sobre todo, por
haber recorrido más con ellos, los veranos con Nacho e Iván, recorriendo la
provincia. En algunas de esas nos acompañaron algunos más, formando pelotones
iniciales que se convertían en regueros de isolés. Un día uno pinchaba, el otro
caía, el tercero rompía la cadena o el pedal y cada uno de esos acontecimientos
generaba una aventura de la que al
final salíamos airosos, acompañando al herido al hospital, ingeniándoselas para
cambiar la cámara sin herramientas o empujando a un amigo hasta casa porque no
podía dar pedales.
Así que al principio vivía como tragedia no haber
aprovechado la juventud para ser un poco más ciclista. Poco a poco fui pensando
que la situación no era tan trágica. En realidad, ya había estado sin dar
pedales antes de la enfermedad por otro de los males de nuestro tiempo: el
trabajo y la forma en que lo afrontamos. Además, por lo que me indicaban era
posible volver a recuperarse de todos esos síntomas, como efectivamente ha
ocurrido, al menos en gran parte, y volver a pedalear.
El ciclismo es habitualmente descrito como un deporte duro,
a veces inhumano, en el que prima el dolor. Muchos de los potenciales
aficionados, se enfrentan a ese
dolor cuando intentan enfrentar su primera rampa o su primer puerto. Ciertamente
no hay nada que se pueda igualar a la sensación de quedarse clavado en una
subida sin ninguna energía para seguir pedaleando. Es lo normal, no se espera
otra cosa. En el caso de la competición no me cabe ninguna duda de que el
ciclismo es fundamentalmente dolor o, lo que es peor, capacidad de sufrimiento. Decía
Indurain que había llegado muy lejos en dolor. Y así debía de ser para
cuadrarse en una bicicleta durante más de 50 kms marcando un ritmo demoledor a
través de Luxemburgo o, aunque no lo pareciera, fundiendo a sus rivales en la
montaña, a ritmo. Yo no he llegado tan lejos en el dolor. Donde he llegado
lejos en la bici es en el hambre o en la sed. En algunos momentos me sentí
capaz de deglutir toda la uva del valle del Vinalopó con una mirada o beberme
de un solo trago las fuentes de Penáguila.
Más allá del hambre y la sed, mi forma de entender el ciclismo está marcada por la
sensación de placer, por un sentimiento de placer intenso, indescriptible, de
otra clase. En realidad, de múltiples placeres. El contacto con la naturaleza, la libertad, el silencio, la concentración y un largo etcétera. Pero ahora hablaré de uno de los placeres más particulares que proporciona la bici. Se trata de una sensación que descubrimos poco a poco, desde luego,
no la primera vez que subimos un
puerto pedaleando, sino cuando ya hemos subido algunos, de repente, sin
esperarlo, descubrimos que estamos en aquella rampa en la que nos quedábamos
vacíos de energía, pero ahora la subimos alegremente, con fuerza, sin mayor
esfuerzo, es más, puede que días más tarde, volvamos a pasar por ese lugar y
quizá porque estemos motivados especialmente o porque vayamos bien acompañados
o porque alguien nos da un grito de ánimo, descubrimos que todavía tenemos
mucho más para subir y superar esa cuesta en la que no hace mucho estuvimos
tiesos. El ciclismo ofrece, en poco tiempo, la posibilidad de sentir lo capaces
que somos de superar retos. De forma irrepetible, quizá. Y es ahora cuando
explico lo del ciclista seco. Esa misma sensación se puede sentir en muchas
ocasiones en la vida. Hay muchos momentos que son difíciles, en los que te
hundes y en los que parece faltarte la energía para salir. Para algunos ese
momento puede ser una noticia desgraciada, perder un amor, recibir un
diagnóstico, enfrentarse a un examen, tener que hablar en público o resolver un
problema de matemáticas en el colegio. En esos momentos, como el ciclista
potencial que acaba de empezar a ir por primera vez en bicicleta, a veces, no
hacemos más que renunciar, buscar una alternativa, decidir dedicarnos a otra
cosa. Sin embargo, en otros casos, por la razón que sea, persistimos, lo intentamos de nuevo. Curiosamente al
poco tiempo ese problema se
resuelve prácticamente solo, sin esfuerzo, hemos aprendido, lo hemos logrado y,
en ese momento, lo que era odioso se convierte en una fuente indescriptible de
placer. Así es el ciclismo seco, cuando menos te lo esperas, resulta que estás
sintiendo ese mismo placer ante algo que antes pensabas que no podrías disfrutar.
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