El ciclista
seco
Alguna vez he oído hablar del síndrome del alcohólico seco.
No tengo más que una vaga idea del concepto, probablemente equivocada y
criticable por cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de psicología. Yo no
lo tengo. En mi versión, el concepto hace referencia a la persistencia del
comportamiento que se produce bajo los efectos del alcohol, aun cuando ya no
son bebedores. Creo que tengo la fortuna de haber sentido lo mismo con el
ciclismo. Luego lo explico.
Y es que en los dos últimos años soy un ciclista seco, un
ciclista que no ha dado pedales, exceptuando unos escasos paseos y algunos
trayectos en bicicleta hasta el trabajo, no he montado en bicicleta durante casi dos años. Como en la
canción, las causas me fueron cercando. No es fácil montar en bicicleta cuando
combinas trabajo y niñas pequeñas. Más allá de esto, durante varios meses perdí
el sentido del equilibrio como uno de los síntomas de la esclerosis múltiple.
Pasear por el pasillo de casa con un vaso de agua terminaba irremediablemente
con un reguero que marcaba mi recorrido, ¿cómo, entonces, iba a montar en
bicicleta?.
De repente, por unos motivos y por otros, estaba sin dar
pedales. Durante algunos meses era evidente que ni tan siquiera era un opción.
Los mareos (vértigo), el dolor de cabeza, la pérdida del sentido de equilibrio,
la hipersensibilidad al calor y la fatiga no permiten salir a pedalear con
tranquilidad bajo el sol alicantino. En los primeros momentos, lamenté no haber subido aquel día a
Alpe d’Huez sólo porque caía una tormenta cuando calentaba las piernas en el
valle o no haber recorrido cada
kilómetro de los Pirineos o dejar pasar fabulosas carreras para cicloturistas
como la Fausto Coppi a través de los puertos más míticos de los Alpes. Ni
siquiera he hecho el camino de Santiago. En realidad he sido un ciclista muy
limitado. Con muy poca continuidad. Las principales características de mis
aventuras ciclistas han sido la eventualidad, el estiaje y la irregularidad.
De esas primaveras y veranos de salidas esporádicas guardo
muy valiosos recuerdos. Subir en bicicleta cuando eres un niño o adolescente es un canto
de libertad. De repente puedes decidir tu destino, ir donde quieras y vivir
grandes aventuras. Lo mejor es hacerlo en compañía. Nada podrá borrar las
salidas con mi padre, las primeras, por el sube y baja que marca el camino
hacia Jijona, donde acabábamos comiendo almendras de árboles olvidados por la
industria del turrón y por todos. Las salidas con los amigos del instituto,
donde Emilio y yo sufríamos el ritmo diabólico de Padilla y, sobre todo, por
haber recorrido más con ellos, los veranos con Nacho e Iván, recorriendo la
provincia. En algunas de esas nos acompañaron algunos más, formando pelotones
iniciales que se convertían en regueros de isolés. Un día uno pinchaba, el otro
caía, el tercero rompía la cadena o el pedal y cada uno de esos acontecimientos
generaba una aventura de la que al
final salíamos airosos, acompañando al herido al hospital, ingeniándoselas para
cambiar la cámara sin herramientas o empujando a un amigo hasta casa porque no
podía dar pedales.
Así que al principio vivía como tragedia no haber
aprovechado la juventud para ser un poco más ciclista. Poco a poco fui pensando
que la situación no era tan trágica. En realidad, ya había estado sin dar
pedales antes de la enfermedad por otro de los males de nuestro tiempo: el
trabajo y la forma en que lo afrontamos. Además, por lo que me indicaban era
posible volver a recuperarse de todos esos síntomas, como efectivamente ha
ocurrido, al menos en gran parte, y volver a pedalear.
El ciclismo es habitualmente descrito como un deporte duro,
a veces inhumano, en el que prima el dolor. Muchos de los potenciales
aficionados, se enfrentan a ese
dolor cuando intentan enfrentar su primera rampa o su primer puerto. Ciertamente
no hay nada que se pueda igualar a la sensación de quedarse clavado en una
subida sin ninguna energía para seguir pedaleando. Es lo normal, no se espera
otra cosa. En el caso de la competición no me cabe ninguna duda de que el
ciclismo es fundamentalmente dolor o, lo que es peor, capacidad de sufrimiento. Decía
Indurain que había llegado muy lejos en dolor. Y así debía de ser para
cuadrarse en una bicicleta durante más de 50 kms marcando un ritmo demoledor a
través de Luxemburgo o, aunque no lo pareciera, fundiendo a sus rivales en la
montaña, a ritmo. Yo no he llegado tan lejos en el dolor. Donde he llegado
lejos en la bici es en el hambre o en la sed. En algunos momentos me sentí
capaz de deglutir toda la uva del valle del Vinalopó con una mirada o beberme
de un solo trago las fuentes de Penáguila.
Más allá del hambre y la sed, mi forma de entender el ciclismo está marcada por la
sensación de placer, por un sentimiento de placer intenso, indescriptible, de
otra clase. En realidad, de múltiples placeres. El contacto con la naturaleza, la libertad, el silencio, la concentración y un largo etcétera. Pero ahora hablaré de uno de los placeres más particulares que proporciona la bici. Se trata de una sensación que descubrimos poco a poco, desde luego,
no la primera vez que subimos un
puerto pedaleando, sino cuando ya hemos subido algunos, de repente, sin
esperarlo, descubrimos que estamos en aquella rampa en la que nos quedábamos
vacíos de energía, pero ahora la subimos alegremente, con fuerza, sin mayor
esfuerzo, es más, puede que días más tarde, volvamos a pasar por ese lugar y
quizá porque estemos motivados especialmente o porque vayamos bien acompañados
o porque alguien nos da un grito de ánimo, descubrimos que todavía tenemos
mucho más para subir y superar esa cuesta en la que no hace mucho estuvimos
tiesos. El ciclismo ofrece, en poco tiempo, la posibilidad de sentir lo capaces
que somos de superar retos. De forma irrepetible, quizá. Y es ahora cuando
explico lo del ciclista seco. Esa misma sensación se puede sentir en muchas
ocasiones en la vida. Hay muchos momentos que son difíciles, en los que te
hundes y en los que parece faltarte la energía para salir. Para algunos ese
momento puede ser una noticia desgraciada, perder un amor, recibir un
diagnóstico, enfrentarse a un examen, tener que hablar en público o resolver un
problema de matemáticas en el colegio. En esos momentos, como el ciclista
potencial que acaba de empezar a ir por primera vez en bicicleta, a veces, no
hacemos más que renunciar, buscar una alternativa, decidir dedicarnos a otra
cosa. Sin embargo, en otros casos, por la razón que sea, persistimos, lo intentamos de nuevo. Curiosamente al
poco tiempo ese problema se
resuelve prácticamente solo, sin esfuerzo, hemos aprendido, lo hemos logrado y,
en ese momento, lo que era odioso se convierte en una fuente indescriptible de
placer. Así es el ciclismo seco, cuando menos te lo esperas, resulta que estás
sintiendo ese mismo placer ante algo que antes pensabas que no podrías disfrutar.
En mi mente retengo algunos momentos que a buen seguro recuerdas:
ResponderEliminar1-Mi primer día de bici en el que ante la incredulidad del resto del grupo me lié la manta a la cabeza y nos fuimos juntos hasta Relleu sin agua, comida...y aun me acuerdo del calvario que sufrí para llegar
2- La primera vez que subimos el Teix en la que tuve q exar pie a tierra mientras tu seguías para arriba
3- Los 3 magnificos días que pasamos en casa de tu abuela recorriendo toda la zona en distintas etapas.
Con eso nos quedamos, pero a la espera de lo que esté por venir.
Cuesta, es duro, pero merece la pena. A mi vuelta tendremos que volver a coger la carretera
Te había prometido que te contaría lo del ciclista seco sobre la bicicleta... no me he podido esperar. Ahora no podría mantenerme a tu lado. Esos recuerdos son imborrables.
EliminarHola Daniel.
ResponderEliminarEnhorabuena por ser capaz de comunicar con tanta claridad lo que sientes y lo que experimentas con la bicicleta y por hacernos sensibles a tu situación. No nos conocemos, he entrado por un amigo tuyo que me envió el enlace, pero compartimos las mismas sensaciones y el mismo amor por la bicicleta y todo lo que nos aporta. Un fuerte abrazo y mucho ánimo.
Hola Natxo, muchas gracias por tu comentario. Otro gran tema sobre la bici es la empatía. Compartes mucho con los otros ciclistas, aun cuando no los conoces. Un fuerte abrazo, Daniel
EliminarHermoso, Daniel. Muy hermoso. Esperanzador y ejemplar. Maravillosamente escrito.
ResponderEliminar"...a veces, no hacemos más que renunciar, buscar una alternativa, decidir dedicarnos a otra cosa. Sin embargo, en otros casos, por la razón que sea, persistimos, lo intentamos de nuevo. Curiosamente al poco tiempo ese problema se resuelve prácticamente solo, sin esfuerzo, hemos aprendido, lo hemos logrado y, en ese momento, lo que era odioso se convierte en una fuente indescriptible de placer."
Una metáfora certera del espíritu de superación, de la capacidad del ser humano para superar las dificultades. Una lección de vida y resistencia frente a la estéril resignación.
Un abrazo fuerte, Daniel.