jueves, 16 de mayo de 2013

El ciclista seco


El  ciclista seco
Alguna vez he oído hablar del síndrome del alcohólico seco. No tengo más que una vaga idea del concepto, probablemente equivocada y criticable por cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de psicología. Yo no lo tengo. En mi versión, el concepto hace referencia a la persistencia del comportamiento que se produce bajo los efectos del alcohol, aun cuando ya no son bebedores. Creo que tengo la fortuna de haber sentido lo mismo con el ciclismo. Luego lo explico.
Y es que en los dos últimos años soy un ciclista seco, un ciclista que no ha dado pedales, exceptuando unos escasos paseos y algunos trayectos en bicicleta hasta el trabajo, no he montado en bicicleta durante casi dos años. Como en la canción, las causas me fueron cercando. No es fácil montar en bicicleta cuando combinas trabajo y niñas pequeñas. Más allá de esto, durante varios meses perdí el sentido del equilibrio como uno de los síntomas de la esclerosis múltiple. Pasear por el pasillo de casa con un vaso de agua terminaba irremediablemente con un reguero que marcaba mi recorrido, ¿cómo, entonces, iba a montar en bicicleta?.
De repente, por unos motivos y por otros, estaba sin dar pedales. Durante algunos meses era evidente que ni tan siquiera era un opción. Los mareos (vértigo), el dolor de cabeza, la pérdida del sentido de equilibrio, la hipersensibilidad al calor y la fatiga no permiten salir a pedalear con tranquilidad bajo el sol alicantino.  En los primeros momentos, lamenté no haber subido aquel día a Alpe d’Huez sólo porque caía una tormenta cuando calentaba las piernas en el valle o no haber recorrido  cada kilómetro de los Pirineos o dejar pasar fabulosas carreras para cicloturistas como la Fausto Coppi a través de los puertos más míticos de los Alpes. Ni siquiera he hecho el camino de Santiago. En realidad he sido un ciclista muy limitado. Con muy poca continuidad. Las principales características de mis aventuras ciclistas han sido la eventualidad, el estiaje y la irregularidad.
De esas primaveras y veranos de salidas esporádicas guardo muy valiosos recuerdos. Subir en bicicleta cuando eres un niño o adolescente es un canto de libertad. De repente puedes decidir tu destino, ir donde quieras y vivir grandes aventuras. Lo mejor es hacerlo en compañía. Nada podrá borrar las salidas con mi padre, las primeras, por el sube y baja que marca el camino hacia Jijona, donde acabábamos comiendo almendras de árboles olvidados por la industria del turrón y por todos. Las salidas con los amigos del instituto, donde Emilio y yo sufríamos el ritmo diabólico de Padilla y, sobre todo, por haber recorrido más con ellos, los veranos con Nacho e Iván, recorriendo la provincia. En algunas de esas nos acompañaron algunos más, formando pelotones iniciales que se convertían en regueros de isolés. Un día uno pinchaba, el otro caía, el tercero rompía la cadena o el pedal y cada uno de esos acontecimientos generaba una aventura de la que  al final salíamos airosos, acompañando al herido al hospital, ingeniándoselas para cambiar la cámara sin herramientas o empujando a un amigo hasta casa porque no podía dar pedales.
Así que al principio vivía como tragedia no haber aprovechado la juventud para ser un poco más ciclista. Poco a poco fui pensando que la situación no era tan trágica. En realidad, ya había estado sin dar pedales antes de la enfermedad por otro de los males de nuestro tiempo: el trabajo y la forma en que lo afrontamos. Además, por lo que me indicaban era posible volver a recuperarse de todos esos síntomas, como efectivamente ha ocurrido, al menos en gran parte, y volver a pedalear. 
El ciclismo es habitualmente descrito como un deporte duro, a veces inhumano, en el que prima el dolor. Muchos de los potenciales aficionados, se enfrentan a ese dolor cuando intentan enfrentar su primera rampa o su primer puerto. Ciertamente no hay nada que se pueda igualar a la sensación de quedarse clavado en una subida sin ninguna energía para seguir pedaleando. Es lo normal, no se espera otra cosa. En el caso de la competición no me cabe ninguna duda de que el ciclismo es fundamentalmente dolor o, lo que es peor, capacidad de sufrimiento. Decía Indurain que había llegado muy lejos en dolor. Y así debía de ser para cuadrarse en una bicicleta durante más de 50 kms marcando un ritmo demoledor a través de Luxemburgo o, aunque no lo pareciera, fundiendo a sus rivales en la montaña, a ritmo. Yo no he llegado tan lejos en el dolor. Donde he llegado lejos en la bici es en el hambre o en la sed. En algunos momentos me sentí capaz de deglutir toda la uva del valle del Vinalopó con una mirada o beberme de un solo trago las fuentes de Penáguila.
Más allá del hambre y la sed,  mi forma de entender el ciclismo está marcada por la sensación de placer, por un sentimiento de placer intenso, indescriptible, de otra clase. En realidad, de múltiples placeres. El contacto con la naturaleza, la libertad, el silencio, la concentración y un largo etcétera. Pero ahora hablaré de uno de los placeres más particulares que proporciona la bici. Se trata de una sensación que descubrimos poco a poco, desde luego, no la primera vez  que subimos un puerto pedaleando, sino cuando ya hemos subido algunos, de repente, sin esperarlo, descubrimos que estamos en aquella rampa en la que nos quedábamos vacíos de energía, pero ahora la subimos alegremente, con fuerza, sin mayor esfuerzo, es más, puede que días más tarde, volvamos a pasar por ese lugar y quizá porque estemos motivados especialmente o porque vayamos bien acompañados o porque alguien nos da un grito de ánimo, descubrimos que todavía tenemos mucho más para subir y superar esa cuesta en la que no hace mucho estuvimos tiesos. El ciclismo ofrece, en poco tiempo, la posibilidad de sentir lo capaces que somos de superar retos. De forma irrepetible, quizá. Y es ahora cuando explico lo del ciclista seco. Esa misma sensación se puede sentir en muchas ocasiones en la vida. Hay muchos momentos que son difíciles, en los que te hundes y en los que parece faltarte la energía para salir. Para algunos ese momento puede ser una noticia desgraciada, perder un amor, recibir un diagnóstico, enfrentarse a un examen, tener que hablar en público o resolver un problema de matemáticas en el colegio. En esos momentos, como el ciclista potencial que acaba de empezar a ir por primera vez en bicicleta, a veces, no hacemos más que renunciar, buscar una alternativa, decidir dedicarnos a otra cosa. Sin embargo, en otros casos, por la razón que sea, persistimos,  lo intentamos de nuevo. Curiosamente al poco tiempo  ese problema se resuelve prácticamente solo, sin esfuerzo, hemos aprendido, lo hemos logrado y, en ese momento, lo que era odioso se convierte en una fuente indescriptible de placer. Así es el ciclismo seco, cuando menos te lo esperas, resulta que estás sintiendo ese mismo placer ante algo que antes pensabas que no podrías disfrutar.

5 comentarios:

  1. En mi mente retengo algunos momentos que a buen seguro recuerdas:
    1-Mi primer día de bici en el que ante la incredulidad del resto del grupo me lié la manta a la cabeza y nos fuimos juntos hasta Relleu sin agua, comida...y aun me acuerdo del calvario que sufrí para llegar
    2- La primera vez que subimos el Teix en la que tuve q exar pie a tierra mientras tu seguías para arriba
    3- Los 3 magnificos días que pasamos en casa de tu abuela recorriendo toda la zona en distintas etapas.
    Con eso nos quedamos, pero a la espera de lo que esté por venir.
    Cuesta, es duro, pero merece la pena. A mi vuelta tendremos que volver a coger la carretera

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    1. Te había prometido que te contaría lo del ciclista seco sobre la bicicleta... no me he podido esperar. Ahora no podría mantenerme a tu lado. Esos recuerdos son imborrables.

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  2. Hola Daniel.
    Enhorabuena por ser capaz de comunicar con tanta claridad lo que sientes y lo que experimentas con la bicicleta y por hacernos sensibles a tu situación. No nos conocemos, he entrado por un amigo tuyo que me envió el enlace, pero compartimos las mismas sensaciones y el mismo amor por la bicicleta y todo lo que nos aporta. Un fuerte abrazo y mucho ánimo.

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    1. Hola Natxo, muchas gracias por tu comentario. Otro gran tema sobre la bici es la empatía. Compartes mucho con los otros ciclistas, aun cuando no los conoces. Un fuerte abrazo, Daniel

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  3. Hermoso, Daniel. Muy hermoso. Esperanzador y ejemplar. Maravillosamente escrito.

    "...a veces, no hacemos más que renunciar, buscar una alternativa, decidir dedicarnos a otra cosa. Sin embargo, en otros casos, por la razón que sea, persistimos, lo intentamos de nuevo. Curiosamente al poco tiempo ese problema se resuelve prácticamente solo, sin esfuerzo, hemos aprendido, lo hemos logrado y, en ese momento, lo que era odioso se convierte en una fuente indescriptible de placer."

    Una metáfora certera del espíritu de superación, de la capacidad del ser humano para superar las dificultades. Una lección de vida y resistencia frente a la estéril resignación.

    Un abrazo fuerte, Daniel.

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